Juan 10,27-30 (4
Pascua – C)
Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me
siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie
las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las
cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre
somos uno».
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José Antonio Pagola
VOLVER A JESÚS
Se pueden hacer toda clase de estudios y diagnósticos. Lo
cierto es que el mundo necesita hoy savia nueva para vivir. Las Iglesias andan
buscando aliento y esperanza. Las muchedumbres pobres del planeta reclaman
justicia y pan. Occidente ya no sabe cómo salir de esa tristeza mal disimulada
que ningún bienestar logra ocultar.
El problema no es solo de cambios políticos ni de
renovaciones teológicas, sino de vida. Estamos necesitados de algo parecido al
«fuego» que prendió Jesús en su breve paso por la tierra: su mística, su
lucidez, su pasión por el ser humano. Necesitamos personas como él, palabras
como las suyas, esperanza y amor como los suyos. Necesitamos volver a Jesús.
Desde el inicio, los cristianos vieron que él podía guiar a
los seres humanos. Con su conocido lenguaje, el cuarto evangelio lo presenta
como el «pastor» capaz de liberar a las ovejas del aprisco donde se encuentran
encerradas para «sacarlas afuera», a un país nuevo de vida y dignidad. Él
marcha por delante marcando el camino a quienes lo quieren seguir.
Jesús no impone nada. No fuerza a nadie. Llama a cada uno
«por su nombre». Para él no hay masas. Cada uno tiene nombre y rostro propios.
Cada uno ha de escuchar su voz sin confundirla con la de extraños, que no son
sino «ladrones» que quitan al pueblo luz y esperanza.
Esto es lo decisivo: no escuchar voces extrañas, huir de
mensajes que no vienen de Galilea. Siempre que la Iglesia ha buscado renovarse
se ha desencadenado una vuelta a Jesús para seguir de nuevo sus pasos. Como se
ha recordado tantas veces, «sígueme» es la primera y la última palabra de Jesús
a Pedro (Dietrich Bonhoeffer).
Pero volver a Jesús no es tarea exclusiva del papa ni de los
obispos. Todos los creyentes somos responsables. Para volver a Jesús no hay que
esperar ninguna orden. Francisco de Asís no esperó a que la Iglesia de su
tiempo tomara no sé qué decisiones. Él mismo se convirtió al evangelio y
comenzó la aventura de seguir a Jesús de verdad. ¿A qué tenemos que esperar
para despertar entre nosotros una pasión nueva por el evangelio y por Jesús?
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